El Arteterapia y las terapias artísticas constituyen disciplinas que integran los procesos creativos con encuadres psicoterapéuticos vinculados a las múltiples escuelas psicológicas contemporáneas. Se dife-rencian de la práctica artística al no poner un especial interés en la calidad compositiva, el dominio téc-nico o la originalidad, enfatizando los procesos internos y la mediación que desata la obra en la relación terapéutica. Es así una gran herramienta a nivel sensorio-motor, expresivo y simbólico: al ser una vía no verbal, facilita el abordaje de temáticas complejas para su posterior elaboración psicodinámica. Dicho esto, declaramos que todos los beneficios del arteterapia ya se hallan implícitos en la práctica artística, más aún si son aprovechados de forma consciente por artistas, educadores, terapeutas, gestores cultu-rales y muchos otros profesionales que implementan procesos creativos en diversos contextos.
Desde una perspectiva más amplia, Victor Frankl (Herder, 1986) nos señala que: ‘el fin perse-guido por la psicoterapia es la curación psíquica, el fin de la religión consiste en la salud (salvación) del alma.’ No obstante, ‘la religión […] produce efectos psicohigiénicos e incluso psicoterapéuticos’ pues genera ‘un sentimiento de alivio’ al anclar a la persona ‘en la trascendencia, en el Absoluto.’ (Ver cuadro inferior izquierdo). Así, al entender el arte como una práctica espiritual, ya sea vinculada a una ética inmanente, una fe trascendente o una combinación de ambas, observamos que su ejercicio nos brinda una pauta existencial que otorga a su vez propósito y sentido, ya sea mediante objetos utilitarios que embellecen la experiencia cotidiana, acciones rituales que restauran la armonía entre cosmos, cuerpo/consciencia y divinidad, o bien en expresiones estéticas que propician la contemplación e in-vitan al misterio donde las palabras no alcanzan. (Ver cuadro inferior derecho, de elaboración propia).

 

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